Hoy, los mexicanos nos sentimos huérfanos políticos y no sé si siempre nos hemos sentido así o, por lo menos, es un sentimiento muy recurrente en este país; esto es gracias a la insensibilidad de nuestros políticos. Ahora que se discute el famoso paquete fiscal, los hemos oído decir una cantidad inaudita de cosas sin sentido que lastiman y ofenden la inteligencia de tirios y troyanos, mexicanos todos ellos.
Estudios sobre ciudadanos y política refieren que los ciudadanos regularmente no quieren saber sobre política y solamente se preocupan cuando hay elecciones. Considero que en México esa regla se rompe; con tanta crisis y tanto escándalo, no es que nos interese en realidad, pero es innegable que tenemos que oír las barrabasadas que discuten y sus argumentos para defender lo indefendible. Lo único que demuestran con sus dichos, además de su insensibilidad a los problemas y a la pobreza, es que su única preocupación es por el poder y el cuidado de sus privilegios y no por resolver los problemas reales del país.
Como resultado de esto, pedimos a gritos cambiar a nuestros políticos y, si efectivamente tenemos razón, es urgente cambiarlos. Sin embargo, esto nos lleva otro pequeño problema, ¿De dónde sacamos a los nuevos? ¿Qué tipo de nuevos políticos necesitamos?, ¿De dónde sacamos el molde? Lo que nos lleva a darnos cuenta que no tenemos escuela que seguir, el único molde o ejemplo más conocido para nosotros, los mexicanos, es aquel que por 70 años ha estado en el poder: el PRI y este modelo es parte de lo que nos está acabando.
A pesar de la alternancia, los políticos nuevos no han podido definir una forma de hacer política y, desafortunadamente, todos son una mala copia de los viejos priistas, unos más avorazados, otros más corruptos, otros más cínicos, etcétera, pocos se salvan. Tristemente, una muestra de esta terrible situación, es que hoy vemos a viejos priistas que militan en otros partidos quejándose de lo que a ellos el sistema y el poder de otra época les obligo a hacer.
Otra muestra es el hecho de que los nuevos legisladores llegan a elaborar un paquete fiscal sin conocer la problemática exacta o los números a los que se refería el Secretario de Hacienda, y votan por las propuestas sin haberlas visto.
Y para muestra un botón, hace algunos días, revisando la integración de una de las tantas comisiones de la Cámara de Diputados, me di cuenta que cuatro de treinta integrantes en total, tenían experiencia o sabían del tema; y por si fuera poco, solamente uno, en lo que va del periodo, había colocado una iniciativa o punto de acuerdo que tuviera que ver con los asuntos de dicha comisión. Las demás iniciativas elaboradas eran insuficientes, no tenían nada que ver y eran totalmente intrascendentes. Ésos son nuestros legisladores, pero ¿de quién es la culpa, del indio que lo hizo compadre o de los que los refrendamos como única opción?
Y entonces el dilema es, ¿Seguimos algún ejemplo o modelo de políticos? La mala noticia es que no tenemos ninguno bueno. ¿Cambiamos el sistema político? Si no se ponen de acuerdo en el presupuesto, menos se van a poner de acuerdo en eso y, si se pusieran de acuerdo, ¿qué modelo, de dónde lo copiamos? O, ¿inventamos uno propio, a la mexicana? No hay muchas opciones.
Esto nos lleva a darnos cuenta que entonces nuestra cultura, en el fondo, es lo que está fallando. Hemos tenido hombres excepcionales, pero en su mayoría han sido ahogados por el sistema político y cultural de México. Lo que entonces nos haría pensar que debemos de cambiar todos nosotros.
Hoy vemos que nadie en México quiere perder sus privilegios, que somos una cultura que queremos que se hagan cambios, pero siempre empezando en la casa de mi compadre, mientras que a mí no me toquen.
¿Qué hacer entonces? Si no tenemos una escuela política que seguir, ¿quién debe de cambiar primero? ¿Los políticos o los ciudadanos? Eso es un gran dilema. Sonaría lógico que los menos, los políticos, iniciaran la transformación, pero nuestro sistema no se los permite; ejemplo, nadie secundó el hecho de reducir las prerrogativas de los partidos. Entonces, los más, ¿los ciudadanos somos los que debemos cambiar? Suena ilógico, pero en el mundo al revés que estamos viviendo en México, quizá es más fácil empezar por ahí, para que poco a poco vayamos presionando a los políticos a cambiar.
Ante el hecho de que los pocos no se ponen de acuerdo, pudiera ser factible que los más sí lo hagamos, como hoy lo abogamos contra la elevación los impuestos originada sólo por el simple hecho de que los menos así lo decidieron.
Estudios sobre ciudadanos y política refieren que los ciudadanos regularmente no quieren saber sobre política y solamente se preocupan cuando hay elecciones. Considero que en México esa regla se rompe; con tanta crisis y tanto escándalo, no es que nos interese en realidad, pero es innegable que tenemos que oír las barrabasadas que discuten y sus argumentos para defender lo indefendible. Lo único que demuestran con sus dichos, además de su insensibilidad a los problemas y a la pobreza, es que su única preocupación es por el poder y el cuidado de sus privilegios y no por resolver los problemas reales del país.
Como resultado de esto, pedimos a gritos cambiar a nuestros políticos y, si efectivamente tenemos razón, es urgente cambiarlos. Sin embargo, esto nos lleva otro pequeño problema, ¿De dónde sacamos a los nuevos? ¿Qué tipo de nuevos políticos necesitamos?, ¿De dónde sacamos el molde? Lo que nos lleva a darnos cuenta que no tenemos escuela que seguir, el único molde o ejemplo más conocido para nosotros, los mexicanos, es aquel que por 70 años ha estado en el poder: el PRI y este modelo es parte de lo que nos está acabando.
A pesar de la alternancia, los políticos nuevos no han podido definir una forma de hacer política y, desafortunadamente, todos son una mala copia de los viejos priistas, unos más avorazados, otros más corruptos, otros más cínicos, etcétera, pocos se salvan. Tristemente, una muestra de esta terrible situación, es que hoy vemos a viejos priistas que militan en otros partidos quejándose de lo que a ellos el sistema y el poder de otra época les obligo a hacer.
Otra muestra es el hecho de que los nuevos legisladores llegan a elaborar un paquete fiscal sin conocer la problemática exacta o los números a los que se refería el Secretario de Hacienda, y votan por las propuestas sin haberlas visto.
Y para muestra un botón, hace algunos días, revisando la integración de una de las tantas comisiones de la Cámara de Diputados, me di cuenta que cuatro de treinta integrantes en total, tenían experiencia o sabían del tema; y por si fuera poco, solamente uno, en lo que va del periodo, había colocado una iniciativa o punto de acuerdo que tuviera que ver con los asuntos de dicha comisión. Las demás iniciativas elaboradas eran insuficientes, no tenían nada que ver y eran totalmente intrascendentes. Ésos son nuestros legisladores, pero ¿de quién es la culpa, del indio que lo hizo compadre o de los que los refrendamos como única opción?
Y entonces el dilema es, ¿Seguimos algún ejemplo o modelo de políticos? La mala noticia es que no tenemos ninguno bueno. ¿Cambiamos el sistema político? Si no se ponen de acuerdo en el presupuesto, menos se van a poner de acuerdo en eso y, si se pusieran de acuerdo, ¿qué modelo, de dónde lo copiamos? O, ¿inventamos uno propio, a la mexicana? No hay muchas opciones.
Esto nos lleva a darnos cuenta que entonces nuestra cultura, en el fondo, es lo que está fallando. Hemos tenido hombres excepcionales, pero en su mayoría han sido ahogados por el sistema político y cultural de México. Lo que entonces nos haría pensar que debemos de cambiar todos nosotros.
Hoy vemos que nadie en México quiere perder sus privilegios, que somos una cultura que queremos que se hagan cambios, pero siempre empezando en la casa de mi compadre, mientras que a mí no me toquen.
¿Qué hacer entonces? Si no tenemos una escuela política que seguir, ¿quién debe de cambiar primero? ¿Los políticos o los ciudadanos? Eso es un gran dilema. Sonaría lógico que los menos, los políticos, iniciaran la transformación, pero nuestro sistema no se los permite; ejemplo, nadie secundó el hecho de reducir las prerrogativas de los partidos. Entonces, los más, ¿los ciudadanos somos los que debemos cambiar? Suena ilógico, pero en el mundo al revés que estamos viviendo en México, quizá es más fácil empezar por ahí, para que poco a poco vayamos presionando a los políticos a cambiar.
Ante el hecho de que los pocos no se ponen de acuerdo, pudiera ser factible que los más sí lo hagamos, como hoy lo abogamos contra la elevación los impuestos originada sólo por el simple hecho de que los menos así lo decidieron.
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