Era yo niño cuando fui testigo de un enfrentamiento entre estudiantes y granaderos en 1968. Lo vi detrás de una barricada de la policía, ubicada en la esquina de las calles de Balderas y Ernesto Pugibet, en el centro de la ciudad de México; mi Papá tenía un restaurante justo en esa intersección, en contra esquina de la Ciudadela. La historia marca la fecha como el 23 de julio de 1968.
Nunca vi otro evento más, a pesar de que vivíamos a una cuadra de distancia de la Ciudadela; a uno de mis hermanos mayores, que asistía a la Preparatoria número 4, mis padres lo mandaron fuera de la Ciudad y no recuerdo nada más de ese momento. Con el paso del tiempo entendí, como todos los de mi generación posteriormente, lo que había pasado en esa época, así como el México de la década sesentera.
Un México en dónde no había democracia, un México represor, un país en donde decir la verdad podía costar la vida, con un solo partido, sin alternancia, con monopolio de estado, con pocas posibilidades de desarrollo, cerrado al mundo, con expectativas cortas de crecimiento económico, un país de casi cuarenta y siete millones de habitantes, de los cuales el cincuenta y siete por ciento vivían en zonas urbanas. Al mismo tiempo, el contexto internacional representaba un mundo en crisis, en dónde la guerra fría estaba en su máximo, con un supuesto eje Rusia, China y Cuba, con el gran movimiento estudiantil en todo el mundo.
A cuarenta años, debemos de reflexionar cómo es México hoy. Hoy siguen existiendo algunas voces que siguen hablando del 68 como si hubiera sucedido el año pasado, que por fortuna son los menos, hablando de un México como el mismo de esa época. Por fortuna no es así, lo que no quiere decir que no sea un país con injusticias sociales y desagravios, pero no tiene nada que ver con el México de aquellos años. Es de reconocer que la sangre derramada no ha sido en vano. A partir de ese momento, México se abrió al mundo, se abrió a la democratización y las cosas empezaron a cambiar.
Esto no quiere decir que el país está del todo bien, no quiere decir que no se acepte que exista pobreza, marginación, injusticia, pero debemos de pensar que simple y sencillamente hoy muchos de los problemas que tenemos son por lo contrario de lo que existía en aquella época. Simple y sencillamente el problema de la inseguridad y el narcotráfico que hoy nuestro sistema democrático vive, no hubiera sido posible en un México como el de 1968. Hoy nuestras libertades y el desarrollo democrático nos generan otro tipo de problemas, muy diferentes y hasta podemos decir que en el extremo de lo que sucedía en esa época.
En mi opinión, tenemos que cerrar el ciclo. Hoy muchos de los actores han muerto, otros más viven recluidos en su soledad y su fantasía de la época y de sus actos. Como un gran colectivo debemos de dar vuelta a la página después de cuarenta años y entender que México es, hoy, la consecuencia de los actos que iniciaron en ese año y que nos marcaron como sociedad y gobierno. Debemos de guardar la memoria histórica para no repetir los errores, pero no debemos de seguir atascados en la memoria de un acto que, repito, no debió de haber ocurrido.
Hoy, en mi entender hay una gran corriente que grita que México debe seguir adelante, un clamor de avanzar y ver por los cuarenta o cincuenta años que tenemos enfrente, con el contexto de los cuarenta años del pasado sin instalarse en el 68 gritando como si no hubiera pasado nada en el ínterin. No podemos permitir que estos hechos se conviertan en un fantasma que detenga la evolución de México, no podemos permitir que se siga lucrando o capitalizando los hechos históricos para detener el desarrollo del país.
En la actualidad, desde otra barrera, debemos de ver que el país necesita una nueva visión y no necesita quedarse anclado en la perspectiva histórica. Y debemos de reflexionar que la sangre que se derrama hoy es, al parecer, por el exceso de libertades que existen en el país y que, de alguna manera, tanto peleó la juventud del 68.
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