No es de extrañar que, en México, sustraigan las bases de datos de las empresas, no es de extrañar que existan fraudes, que funcionarios públicos roben dinero de las arcas, tampoco que los legisladores no trabajen o no quieran tomar decisiones trascendentes para el rumbo del país, por considerarlo fuera de tiempo o que no va con sus ideologías personales o de partido.
Tampoco es de extrañar que se inventen testigos o que los policías no puedan controlar a los delincuentes; ya no nos asombra ver que, en casos de investigación de las transgresiones a la ley, no se controlen las escenas de los crímenes o que existan errores garrafales de investigación. Ni tampoco nos extraña que se denuncien casos donde, en las cárceles, se obliga a prostituirse a los reos.
Ya no nos extraña que la delincuencia organizada avise un “toque de queda”, como el que se dio en Cuernavaca, y que las redes sociales obtengan mejor información que los policías o los mismos gobernadores. Hoy, ya no nos asombra que autoridades eclesiásticas quieran presionar para que se investigue un crimen de hace 12 años, o que se denuncie que los pederastas de Estados Unidos ahora ya están ubicados y protegidos en México.
Desafortunadamente, ya se nos está haciendo costumbre que diariamente exista un determinado número de muertos y, con esto, ya se nos hace lógico que las muertes de los civiles se nos hagan hasta poquitas. Ya es costumbre ver al Ejército en las calles y hasta que la policía sea mala, corrupta e ineficiente, hasta el grado de que el hecho de pensar en la calle sin militares, nos da pánico.
Es costumbre que todos los partidos se estén peleando entre ellos, lo extraño sería que se pusieran de acuerdo; ya se nos hizo costumbre que los políticos brinquen de un partido a otro, renunciando a sus “supuestas ideologías, para buscar el bien del pueblo”, y que, por obtener el poder, se instalen en el partido opositor al que han criticado toda su vida. Todo esto solamente porque están seguros de que pueden llegar a ser gobernantes avalados por el pueblo.
Ya estamos acostumbramos a ver en la lista de los hombres más ricos del mundo, que publica Forbes, y en las revistas semanales del corazón y la política, a los narcotraficantes y a los empresarios conviviendo de página en página en una clase de amasiato de poder.
Parece normal que los escándalos de los periódicos que muestran o denuncian algo que realmente agravia a la sociedad, no pasen a mayores; o que al mismo tiempo exploten bombas en cajeros automáticos, embajadas o distribuidoras de autos, y que tampoco pase nada.
Hoy, nuestra capacidad de asombro para aceptar las acciones de una sociedad que se degrada por minutos, ha llegado a niveles muy altos. Como sociedad, ya nada nos impresiona.
En México nos está pasando algo parecido a lo que Al Gore menciona en su libro “El ataque contra la razón”, el cual da cuenta de que la sociedad actual no se está poniendo de acuerdo en las causas del problema, que los ciudadanos, con su apatía, permiten que la situación se salga de control. Y con esto baja la participación en los procesos electorales y asuntos cívicos, y la sociedad relaciona el cinismo y la desconfianza con las instituciones y los procesos públicos. Esto lo hablaba en 2007 sobre la sociedad estadounidense. ¿Le suena conocida esta situación? Gore, en su libro, menciona que se estaba llegando a esta situación por varios factores: por una parte, la manipulación de la opinión pública y el control selectivo de la información sobre las decisiones colectivas y, por otra, el crecimiento de los intereses especiales y la influencia de los capitales en la política estadounidense.
¿Se estará replicando esta situación en México? Al parecer, desafortunadamente, sí. No estoy seguro de qué tan sistemáticamente y qué tanto control se pudiera tener de la opinión pública, ni por parte de quién, pero, de una manera u otra, estamos cayendo en la misma situación. En mi opinión, se está dando por efectos de la desinformación, la falta de una política de comunicación y por la falla de los gobiernos en las entidades de una política de comunicación, pero se está creando el mismo efecto.
Por lo que corresponde al crecimiento de los intereses especiales y la influencia de los capitales en la política mexicana, definitivamente estamos igual. Los grandes contratos de obras y las presiones sobre las nuevas legislaciones para reformas que influirán en sectores estratégicos, están haciendo que las diferencias nos lleven a posiciones irreconciliables.
Para complicar la situación, tenemos una fecha fatídica que nos persigue, el 2012, y un proceso electoral importante que no ayuda a mejorar la situación.
La única salida es no dejar que las cosas se nos hagan costumbre, es una lucha interna de cada uno de los ciudadanos, no nos dejemos.
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