Lo que hoy se vive en América del Norte es totalmente nuevo. Por parte de los Estados Unidos, un presidente afroamericano, una situación económica que ha hecho que el presidente tome decisiones que nunca antes se habían visto, un país con alto grado de desempleo, una profunda crisis económica y, de colofón, una nación que se aleja de la vocación de guerra que tuvo durante los últimos años, muy a pesar de algunos grupos internos. Por su parte, México está sufriendo el resultado de la mayor crisis económica del vecino del norte y del mundo, después de un año de terror económico (al que también influyó el brote de la influenza) y en el curso de una guerra declarada y desbordada contra el narcotráfico.
El resultado, en conjunto, es un gran desorden en la franja fronteriza en donde se está vulnerando la seguridad de ambos países. Los factores son simples: uno es camino del narcotráfico, y el otro es el gran consumidor y proveedor de las armas con las que se está atacando a las autoridades en México.
El problema es complejo y hoy no sirve de nada echarse la culpa mutuamente. Tenemos la visita de la más importante delegación que se hubiera visto en los últimos años, un equipo con perfil de inteligencia que busca, seguramente, lograr acuerdos entre los dos países y compartir información estratégica; ésta información no será cómoda para cualquiera de los bandos.
Lo irónico del asunto es que hoy los temas que están sentando a la mesa a los dos países sean el agravamiento de la inseguridad y un choque de estrategias comerciales, sí, netamente un problema comercial. La paradoja radica en que, mientras en los Estados Unidos se autoriza el uso de la droga (y, con esto, un sistema informal de venta de ésta), como consecuencia se detona e incrementa el problema de inseguridad en la frontera. El asunto es muy complejo y con muchos dólares de por medio, así como intereses de gente importante.
Ante la magnitud y la globalización del problema, cualquier decisión que se tome para resolver esta situación, por obviedad, pondrá en entredicho la injerencia de los EU ante la soberanía nacional y traerá a discusión, nuevamente, el ya tradicional mal entendimiento que hace que mucha gente en el país se envuelva aún en la bandera nacional y se lance al vacío, clamando injerencia extranjera en problemas locales. Hoy el narcotráfico es un problema que ambos países deben atacar unidos, con intercambio de información, inteligencia e investigaciones en conjunto. Ante esto desafortunadamente nuestros policías y agentes están en una situación desfavorable, por la poca información que manejan, mala coordinación, nula preparación y, sobre todo, corrupción, aunque, claro, hay grupos élites que se salvan de esta generalidad.
Esperamos que exista la voluntad por parte de ambas partes. Estoy seguro que en el caso de los americanos ya la tienen, dada la magnitud del problema; en donde no estoy tan seguro es por parte de nuestros políticos y funcionarios. Primero, por los protagonismos de algunos; y, segundo, por el juego político que se le está dando a la materia.
El sábado pasado en un estupendo artículo publicado en Milenio, Liébano Sáenz hizo un muy justo llamado a las fuerzas políticas a no jugar con el asunto de la inseguridad y dejar a un lado la materia electoral en los estados en donde se están librando las futuras elecciones, para que los demás políticos se enfoquen en lo más esencial, la gobernabilidad, el desarrollo económico y la seguridad de la población. Coincido con él en el hecho de que si se deja que el asunto se salga de las manos con el fin de hacer quedar mal a alguno de los partidos en el poder, lo único que estamos dejando pasar es que los verdaderos enemigos de la patria ganen espacios que, a la larga, para cualquiera que vaya a gobernar al país, le disminuirán la capacidad de maniobra.
Por tanto, ojalá entendamos lo grave de las circunstancias y hagamos un frente común con los EU para que, juntos, podamos utilizar los recursos y sistemas de inteligencia que ellos tienen para atacar el problema de fondo. Además, hasta recursos estarán ofreciendo para poder defender la frontera de este gran mal que ataca a los dos países. Por parte de México en el Senado ya se aprueban reformas constitucionales para decretar la suspensión de garantías en caso de una emergencia como una guerrea o “peligro público” que amenacen la independencia o seguridad del Estado.
Ahora bien, en perspectiva política tenemos que solucionar primero este problema de la inseguridad y, si se tiene éxito, entonces se podría empezar a negociar lo de la reforma migratoria. Al parecer, para algunas corrientes demócratas, aún no son los tiempos para el asunto de la migración, a pesar de los movimientos y presiones en Washington. Esto, primero, porque Estados Unidos está cerca de una tasa de desempleo de casi el 10 por ciento y el asunto de la reforma migratoria se vislumbra como un asunto que pegaría directo al trabajo de los estadounidenses; en segundo lugar, hay que analizar cómo queda el sentimiento en el Congreso después de la reforma de salud. Hubo demócratas que votaron en contra del plan de Obama, por lo que una segunda reforma de este calibre, en el mismo año, puede ser riesgosa y causar un descalabro; y, tercero, hay elecciones en noviembre, Obama tiene que medir qué tanto el asunto migratorio se convierte en un riesgo o en un apoyo para los resultados electorales.
Nuestros destinos, como país, están unidos por la inteligencia que pongan los políticos, inteligencia en toda la extensión de la palabra. Por su parte, en el Senado ya se aprueba.
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