Durante el último año he tenido la oportunidad de viajar por varias ciudades de la república mexicana y, como conclusión, sigo viendo que la mentalidad del mexicano en general sigue aún muy pegada al paternalismo gubernamental: empresarios buscando subsidios del gobierno, medios viviendo de los presupuestos de las autoridades y capitalizando las últimas noticias escandalosas al mismo tiempo que son muchos políticos y sus familiares los principales beneficiarios de licitaciones públicas y hasta de los programas del campo.
Con esto me doy cuenta que la desgracia nacional no sólo es el hecho generalizado que a los mexicanos no nos gusta pagar impuestos, sino que, además, la mayoría queremos vivir del gobierno, empezando por los políticos. El primer acto del drama de no alcanzar buenos niveles de competitividad surge de que el mexicano tiene la mentalidad del mínimo esfuerzo y de que lo demás lo haga el gobierno; a eso habrá que sumar la mentalidad de monopolio y entonces veremos la obra completa que nos explica por qué no avanzamos.
Ejemplos los vemos a diario y voy a poner solamente tres muy significativos en el simple ámbito de aumentar precios, cuya discusión pública ya es hasta social, democrática, política y soberanamente incorrecta.
El primero, el eterno problema del Zoológico de Chapultepec. Al parecer todos estamos ciertos que se debería de cobrar la entrada al mismo bajo el simple principio de que la gente paga más por llegar, visitar, comer y demás accesorios llegando el extremo de cobrar diez pesos a los visitantes (autorizados por las autoridades) por cuidar sus paquetes (dado que no pueden ingresarse al interior del zoológico) pero no se paga ninguna contribución por concepto de entrada.
El segundo, la cuota de la UNAM. Todos los estudiantes gastan más en llegar a la universidad y en lo que comen que en lo que pagan anualmente por los estudios. ¡Cómo ayudaría a la institución un mejor esquema de cuotas para hacerla sustentable!
El tercero, el IMSS, en relación al cual es notorio como la gente, de igual manera, gasta más en los puestos ambulantes instalados alrededor de los hospitales para comprar agua, que no se le da a los pacientes, o en tarjetas de teléfono para poder coordinar la visita a los enfermos dentro de la institución. Hace poco me platicaba una familia que regresó de Australia que el servicio médico en ese país es de primer nivel y lo otorga el estado, pero que después de la atención siempre había que pagar diez dólares como cuota de recuperación.
¿Cuánto podríamos liberar las finanzas públicas si en los tres casos se cobrara una cantidad significativa de recuperación? Detalle curioso, si usted revisa las tarifas que cobra el Seguro Social a cualquier persona no derechohabiente que llegue a uno de sus hospitales y quiera pagar los servicios, las tarifas son casi iguales que en algunos hospitales privados.
Otro gran mal nacional para el desarrollo, las finanzas y la competitividad, ha sido la famosa abundancia petrolera. Todo se lo hemos cargado al precio del petróleo y ahora, con crisis y precio bajo, todos los municipios están quebrados mientras que el año pasado disfrutaban de las mieles de grandes presupuestos (los cuales nunca se vieron en qué los invirtieron o gastaron) y, ahora, a punto de tomar posesión los nuevos alcaldes, se encuentran las cajas vacías y, seguramente, deudas. En México hay políticos ricos, entidades gubernamentales pobres, empresas pobres y empresarios ricos; en los dos ámbitos la misma práctica pone al país en jaque.
Por su parte los políticos, además, caen en la tentación (ya que no les conviene hacerlo) de no autorizar las reformas que se necesitan. Primero, porque seguramente no les convienen a sus intereses; segundo, no las proponen para no mover el estatus quo; tercero, si no es una reforma que les asegure votos para la próxima elección, o si es muy dolorosa para el pueblo, pues mejor no la autorizan; y, cuarto, no olvidemos que su actuar puede obedecer, simple y sencillamente, a desconocimiento, burocracia y corrupción.
La noticia hoy es, que esto ya no se puede soportar más. En el pasado, a México nos salvaron los grandes conflictos bélicos o los Estados Unidos. Hoy no hay quién nos pueda echar una mano, tenemos a más de 50 millones de habitantes en pobreza extrema y no hay presupuesto que alcance para nada, existen todo tipo de trampas y candados políticos para ejercer el presupuesto y una burocracia ineficiente y corrupta. ¿A dónde llegaremos con esto?
Se dice por todos lados que es necesario cambiar el modelo económico, ¿habrá condiciones políticas para hacerlo? ¿Existe la voluntad política, cuando hoy todo el mundo está haciendo la cuenta de los diputados que tiene cada gobernador, líder o cacique? Y cada quien grita al viento su fortaleza y capital acumulado, como queriendo decir: ¡el que quiera algo, que me venga a visitar!
Además del cambio de modelo, los mexicanos necesitamos cambiar nuestra mentalidad, necesitamos dejar atrás los atavismos con los que hemos creado este monstruo de economía para poder avanzar ante un mundo complejo, una economía mundial deprimida y un panorama futuro gris. Necesitamos usar nuestra energía para sentarnos a dialogar, para crear acuerdos sanos y provechosos y no debemos de aplicar la regla de vencidos y vencedores. Debemos ver por el país.
Si no lo hacemos así, para el 2012 puede no quedar nada de nuestro México, o a las voces agoreras del mal se les puede cumplir la profecía de una nueva revolución, pero será por mantener y fomentar las pésimas prácticas monopólicas de siempre.
Con esto me doy cuenta que la desgracia nacional no sólo es el hecho generalizado que a los mexicanos no nos gusta pagar impuestos, sino que, además, la mayoría queremos vivir del gobierno, empezando por los políticos. El primer acto del drama de no alcanzar buenos niveles de competitividad surge de que el mexicano tiene la mentalidad del mínimo esfuerzo y de que lo demás lo haga el gobierno; a eso habrá que sumar la mentalidad de monopolio y entonces veremos la obra completa que nos explica por qué no avanzamos.
Ejemplos los vemos a diario y voy a poner solamente tres muy significativos en el simple ámbito de aumentar precios, cuya discusión pública ya es hasta social, democrática, política y soberanamente incorrecta.
El primero, el eterno problema del Zoológico de Chapultepec. Al parecer todos estamos ciertos que se debería de cobrar la entrada al mismo bajo el simple principio de que la gente paga más por llegar, visitar, comer y demás accesorios llegando el extremo de cobrar diez pesos a los visitantes (autorizados por las autoridades) por cuidar sus paquetes (dado que no pueden ingresarse al interior del zoológico) pero no se paga ninguna contribución por concepto de entrada.
El segundo, la cuota de la UNAM. Todos los estudiantes gastan más en llegar a la universidad y en lo que comen que en lo que pagan anualmente por los estudios. ¡Cómo ayudaría a la institución un mejor esquema de cuotas para hacerla sustentable!
El tercero, el IMSS, en relación al cual es notorio como la gente, de igual manera, gasta más en los puestos ambulantes instalados alrededor de los hospitales para comprar agua, que no se le da a los pacientes, o en tarjetas de teléfono para poder coordinar la visita a los enfermos dentro de la institución. Hace poco me platicaba una familia que regresó de Australia que el servicio médico en ese país es de primer nivel y lo otorga el estado, pero que después de la atención siempre había que pagar diez dólares como cuota de recuperación.
¿Cuánto podríamos liberar las finanzas públicas si en los tres casos se cobrara una cantidad significativa de recuperación? Detalle curioso, si usted revisa las tarifas que cobra el Seguro Social a cualquier persona no derechohabiente que llegue a uno de sus hospitales y quiera pagar los servicios, las tarifas son casi iguales que en algunos hospitales privados.
Otro gran mal nacional para el desarrollo, las finanzas y la competitividad, ha sido la famosa abundancia petrolera. Todo se lo hemos cargado al precio del petróleo y ahora, con crisis y precio bajo, todos los municipios están quebrados mientras que el año pasado disfrutaban de las mieles de grandes presupuestos (los cuales nunca se vieron en qué los invirtieron o gastaron) y, ahora, a punto de tomar posesión los nuevos alcaldes, se encuentran las cajas vacías y, seguramente, deudas. En México hay políticos ricos, entidades gubernamentales pobres, empresas pobres y empresarios ricos; en los dos ámbitos la misma práctica pone al país en jaque.
Por su parte los políticos, además, caen en la tentación (ya que no les conviene hacerlo) de no autorizar las reformas que se necesitan. Primero, porque seguramente no les convienen a sus intereses; segundo, no las proponen para no mover el estatus quo; tercero, si no es una reforma que les asegure votos para la próxima elección, o si es muy dolorosa para el pueblo, pues mejor no la autorizan; y, cuarto, no olvidemos que su actuar puede obedecer, simple y sencillamente, a desconocimiento, burocracia y corrupción.
La noticia hoy es, que esto ya no se puede soportar más. En el pasado, a México nos salvaron los grandes conflictos bélicos o los Estados Unidos. Hoy no hay quién nos pueda echar una mano, tenemos a más de 50 millones de habitantes en pobreza extrema y no hay presupuesto que alcance para nada, existen todo tipo de trampas y candados políticos para ejercer el presupuesto y una burocracia ineficiente y corrupta. ¿A dónde llegaremos con esto?
Se dice por todos lados que es necesario cambiar el modelo económico, ¿habrá condiciones políticas para hacerlo? ¿Existe la voluntad política, cuando hoy todo el mundo está haciendo la cuenta de los diputados que tiene cada gobernador, líder o cacique? Y cada quien grita al viento su fortaleza y capital acumulado, como queriendo decir: ¡el que quiera algo, que me venga a visitar!
Además del cambio de modelo, los mexicanos necesitamos cambiar nuestra mentalidad, necesitamos dejar atrás los atavismos con los que hemos creado este monstruo de economía para poder avanzar ante un mundo complejo, una economía mundial deprimida y un panorama futuro gris. Necesitamos usar nuestra energía para sentarnos a dialogar, para crear acuerdos sanos y provechosos y no debemos de aplicar la regla de vencidos y vencedores. Debemos ver por el país.
Si no lo hacemos así, para el 2012 puede no quedar nada de nuestro México, o a las voces agoreras del mal se les puede cumplir la profecía de una nueva revolución, pero será por mantener y fomentar las pésimas prácticas monopólicas de siempre.
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