La debacle electoral de la izquierda mexicana, del PRD, ha sido contundente. Las acciones de las tribus en el proceso post electoral han sido concluyentes, el veredicto es demoledor, la izquierda está difuminada y México se ha quedado sin contrapesos.
Pocos vieron venir la debacle o alguien, adentro del partido, no dijo nada. ¿Cómo es posible que nadie viera que casi tres mil militantes se registraron en otros partidos para contender en las elecciones intermedias? Tan culpables son los militantes como las autoridades del partido, ¿no? Esto pudiera no importar a la ciudadanía en general, sobre todo cuando no se milita en ese partido o no se es simpatizante. El problema es que el dinero con el que sobrevive ese partido es el de nuestros impuestos. Nuestros políticos partidocráticos se olvidan que, a fin de cuentas, también son funcionarios públicos por el simple hecho de que su sueldo sale de las arcas de la nación y de nuestros impuestos.
Hasta ahora se empieza a entender esta responsabilidad y por primera vez el IFE ya intervino a un partido que acaba de perder su registro al no alcanzar el mínimo de votación y está en proceso de auditarlo, liquidarlo y cerrarlo, pero ¿podría alguien explicar quién autorizo spots de despedida del partido dirigiéndose a los ciudadanos y por qué razón?
Con esta situación el PRI no sólo regresa al control de la Cámara de Diputados y se acerca a la antesala de su meta más preciada (regresar a los Pinos), sino que además regresa con un escenario muy cómodo y conocido, sin una oposición de izquierda fuerte. Esto dará pié a que regresemos al esquema de la chiquillería de izquierda, tan adecuada al sistema que gobernó México durante 70 años.
Por ello, no dudo que en los próximos años vuelva a plantearse el esquema de los pequeños partidos que aglutinen a lagunas de las corrientes de izquierda perdidas y que, normalmente, terminan vendiéndose al mejor postor, para lograr cotos de poder, seguir en la nómina electoral partidista y tener una trinchera política que les permita continuar jugando en la política nacional.
Para acabarla de amolar, hoy no se cuenta con una ideología sólida como la que se tenía en los años 60 y 70 cuando a pesar de haber terminado la Guerra Fría, aún se mantenían algunos ideales del antiguo comunismo y socialismo. Hoy no hay ideología que dé cohesión a la izquierda, no hay tercera vía que valga y la izquierda como la que se ejerce en Europa es poco aplicable, ya que no es lo mismo una izquierda en países ricos, competitivos y con leyes bien establecidas que la izquierda en países subdesarrollados y con altos grados de pobreza extrema.
En México, desafortunadamente, los movimientos de izquierda siguen siendo avalados por los más pobres, como opción desesperada de zafarse del control político, de la corrupción, de la falta de aplicación de las leyes y de la profunda desigualdad social. Sólo basta ver el mapa de nuestro país para entender por qué las tribus de izquierda, ahora arrinconadas y sin cuerpo que las sustente, solamente voltean a ver al sur, para ahí poder vociferar sus verdades a medias y sus promesas demagógicas, avalando con su actuar lo que tanto critican y quieren cambiar. No es casualidad que personajes tan distinguidos de la política nacional de ayer y hoy se den cita en estados como Oaxaca para visitar a las fuerzas vivas, como se decía en el viejo argot.
Es tan grave la falta de ideología en las izquierdas de América Latina, que de pronto lo único que estamos viendo es la fuerza de dictaduras basadas en el poder económico y que, disfrazadas de democracias populares (más bien populistas), buscan a como de lugar volver al viejo esquema de la dictadura. Casos como Chávez y sus seguidores hacen mella en los sistemas democráticos de la región, disfrazando sus ansias de dictadores en referéndums democráticos para perpetuarse en el poder.
El escenario para México es complejo; si repetimos el esquema de antaño, en breve estaremos llenos de esa chiquillería que solamente llena la historia de basura político electoral, que hace mucho daño por la corrupción que genera y por su menoscabo a la democracia.
La pregunta que queda en el aire es: ¿por encargo de quién se enterró a los partidos de izquierda y quiénes fueron los verdaderos sepultureros? ¿Son culpables los militantes que no encuentran alternativas en su partido y salen a buscar otra opción o son peores los que los usan de moneda de cambio para aterrizar en otro partido? O, más aún, ¿qué responsabilidad tienen los que no vieron venir la debacle? ¿Se logrará saber algo algún día? ¿Quién fue el autor intelectual?
Por el momento, preparémonos para ver el crecimiento de la chiquillería de izquierda, su supervivencia y su pleito por tratar de jugar y ser comparsa en el 2012.
Pocos vieron venir la debacle o alguien, adentro del partido, no dijo nada. ¿Cómo es posible que nadie viera que casi tres mil militantes se registraron en otros partidos para contender en las elecciones intermedias? Tan culpables son los militantes como las autoridades del partido, ¿no? Esto pudiera no importar a la ciudadanía en general, sobre todo cuando no se milita en ese partido o no se es simpatizante. El problema es que el dinero con el que sobrevive ese partido es el de nuestros impuestos. Nuestros políticos partidocráticos se olvidan que, a fin de cuentas, también son funcionarios públicos por el simple hecho de que su sueldo sale de las arcas de la nación y de nuestros impuestos.
Hasta ahora se empieza a entender esta responsabilidad y por primera vez el IFE ya intervino a un partido que acaba de perder su registro al no alcanzar el mínimo de votación y está en proceso de auditarlo, liquidarlo y cerrarlo, pero ¿podría alguien explicar quién autorizo spots de despedida del partido dirigiéndose a los ciudadanos y por qué razón?
Con esta situación el PRI no sólo regresa al control de la Cámara de Diputados y se acerca a la antesala de su meta más preciada (regresar a los Pinos), sino que además regresa con un escenario muy cómodo y conocido, sin una oposición de izquierda fuerte. Esto dará pié a que regresemos al esquema de la chiquillería de izquierda, tan adecuada al sistema que gobernó México durante 70 años.
Por ello, no dudo que en los próximos años vuelva a plantearse el esquema de los pequeños partidos que aglutinen a lagunas de las corrientes de izquierda perdidas y que, normalmente, terminan vendiéndose al mejor postor, para lograr cotos de poder, seguir en la nómina electoral partidista y tener una trinchera política que les permita continuar jugando en la política nacional.
Para acabarla de amolar, hoy no se cuenta con una ideología sólida como la que se tenía en los años 60 y 70 cuando a pesar de haber terminado la Guerra Fría, aún se mantenían algunos ideales del antiguo comunismo y socialismo. Hoy no hay ideología que dé cohesión a la izquierda, no hay tercera vía que valga y la izquierda como la que se ejerce en Europa es poco aplicable, ya que no es lo mismo una izquierda en países ricos, competitivos y con leyes bien establecidas que la izquierda en países subdesarrollados y con altos grados de pobreza extrema.
En México, desafortunadamente, los movimientos de izquierda siguen siendo avalados por los más pobres, como opción desesperada de zafarse del control político, de la corrupción, de la falta de aplicación de las leyes y de la profunda desigualdad social. Sólo basta ver el mapa de nuestro país para entender por qué las tribus de izquierda, ahora arrinconadas y sin cuerpo que las sustente, solamente voltean a ver al sur, para ahí poder vociferar sus verdades a medias y sus promesas demagógicas, avalando con su actuar lo que tanto critican y quieren cambiar. No es casualidad que personajes tan distinguidos de la política nacional de ayer y hoy se den cita en estados como Oaxaca para visitar a las fuerzas vivas, como se decía en el viejo argot.
Es tan grave la falta de ideología en las izquierdas de América Latina, que de pronto lo único que estamos viendo es la fuerza de dictaduras basadas en el poder económico y que, disfrazadas de democracias populares (más bien populistas), buscan a como de lugar volver al viejo esquema de la dictadura. Casos como Chávez y sus seguidores hacen mella en los sistemas democráticos de la región, disfrazando sus ansias de dictadores en referéndums democráticos para perpetuarse en el poder.
El escenario para México es complejo; si repetimos el esquema de antaño, en breve estaremos llenos de esa chiquillería que solamente llena la historia de basura político electoral, que hace mucho daño por la corrupción que genera y por su menoscabo a la democracia.
La pregunta que queda en el aire es: ¿por encargo de quién se enterró a los partidos de izquierda y quiénes fueron los verdaderos sepultureros? ¿Son culpables los militantes que no encuentran alternativas en su partido y salen a buscar otra opción o son peores los que los usan de moneda de cambio para aterrizar en otro partido? O, más aún, ¿qué responsabilidad tienen los que no vieron venir la debacle? ¿Se logrará saber algo algún día? ¿Quién fue el autor intelectual?
Por el momento, preparémonos para ver el crecimiento de la chiquillería de izquierda, su supervivencia y su pleito por tratar de jugar y ser comparsa en el 2012.
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