México busca desesperadamente ser una democracia moderna. Eso se dice, se piensa y, según nuestros políticos, se trata de todas las maneras y supuestamente todos los días, pero haciendo un análisis más estricto de lo que está resultando de la guerra política que vivimos en el país, más nos parecemos una timocracia.
Gerardo Laveaga, en su extraordinario libro Hombres de Gobierno, hace referencia que timocracia viene de las palabras griegas “timé”, que significa “honor”, y “kratia”, que significa “gobierno”, y escribe al respecto: “de acuerdo con Platón una de las formas de dominación menos deseables para cualquier pueblo es la que se basa en el ansia de ser reconocido: la timocracia.
Quienes aspiran a ocupar altos cargos políticos, no para conciliar, negociar o llegar a acuerdos que beneficien al mayor número de persona, sino para ser recibidos con salvas, aparecer en fotografías inaugurando obras públicas o ser saludados como: “señor diputado” o “señor gobernador”, éstos son los timócratas.
“Aunque pródigos de las riquezas ajenas”, escribió el filósofo en la “República”, “disfrutan los placeres en secreto, escapando de la ley como niños de sus padres… Pero lo más manifiesto es su deseo por ser venerados”.
En la filosofía política griega, timocracia significa una forma de gobernar en que los que participan en el gobierno son ciudadanos que poseen un determinado tipo de capital o con cierto tipo de propiedades; en la antigua Grecia, posterior a Esparta que fue la timocracia por naturaleza, Solón, introduce el concepto de que los ciudadanos de cierta posición social o económica, eran los únicos con el derecho a tener un papel en la política.
En México, como resultado de los 70 años del PRI y después de los nueve años del PAN en el gobierno, tenemos una clase política y una burocracia que asemeja a los ciudadanos griegos y posteriormente a las clases políticas romanas, convertidos en una clase de aristocracia política con una serie de privilegios y que buscaron perpetuarse en esa burocracia “demócrata”, con el sólo fin de no estar fuera del presupuesto y de ser reconocidos.
Nuestro país se encuentra sumergido en una guerra de grupos políticos y ante una contienda electoral que solamente busca seguir perpetuando a esta clase política, que ha llegado al extremo de la cancelación de cualquier tipo de ideología personal, al brincar de un partido a otro con el sólo fin de seguir perpetrados en los puestos políticos, para la búsqueda de riqueza y reconocimiento.
Además, con los pleitos internos dentro de cada grupo político, la búsqueda de posiciones para manejar recursos, la corrupción, la inamovilidad política para hacer quedar mal al partido en el poder, el subejercicio del presupuesto, la maraña legal creada por la reformitis legsilativa, la infiltración del narco en la política y el gobierno, como la inseguridad en las calles, hoy la democracia mexicana navega en un pantano, estancada sin rumbo alguno.
Aunado a esto, los efectos del proceso electoral, hacen que en los tres niveles de gobierno, se tenga abandonado el ejercicio de éste, para solamente buscar el siguiente escalón político, en los municipios y en los congresos. Este es el año de inmovilización, ya no se hace nada, sólo se busca una nueva posición y se abandona el ejercicio de gobierno.
Esta situación hace que nuestro sistema político, ahora más que nunca, esté convirtiendo a los partidos políticos en ejércitos de guerreros al acecho de lograr acciones para que les sean reconocidos sus actos heroicos, y permita a sus dirigentes a jugar a la política, mas no a gobernar, ya que en el fondo no están tratando de lograr nada, más que sus negocios personales y para saciar sus honores políticos.
Laveaga refiere en su libro que el barón de Stein, ministro de Economía en la antigua Prusia, y enemigo de la timocracia, escribió al respecto:
“Si la aristocracia quiere conservar en el Estado la situación directiva que pretende, tendrá que apegarse cada vez menos a sus vanidades estériles, a sus perros, caballos y pipas, y cada vez más a la cultura, demostrando un interés activo en aquellas cosas de verdadero valor e importancia.”
¿Qué vanidades estériles deberán de dejar atrás nuestros políticos?
Veo a nuestro México sin rumbo, inmerso en una lucha estéril de poder por el poder mismo; no encuentro políticos con visión y los veo sin interés de trabajar por el país, de negociar, de llegar a acuerdos, de conciliar intereses o de buscar mayorías para causas que nos saquen adelante.
Aun con esto no debemos cejar, como ciudadanos, en dos cosas elementales que tenemos para cambiar las cosas: uno, analizar a fondo quiénes serán los próximos candidatos electorales, y dos, ejercer nuestro voto.
Que me disculpen algunos intelectuales que empiezan a decir que el voto no sirve. En mi opinión es lo único que en este panorama político sirve al ciudadano. Cuando no sirve, es cuando no se ejerce y dejaremos entonces crecer la timocracia.
Gerardo Laveaga, en su extraordinario libro Hombres de Gobierno, hace referencia que timocracia viene de las palabras griegas “timé”, que significa “honor”, y “kratia”, que significa “gobierno”, y escribe al respecto: “de acuerdo con Platón una de las formas de dominación menos deseables para cualquier pueblo es la que se basa en el ansia de ser reconocido: la timocracia.
Quienes aspiran a ocupar altos cargos políticos, no para conciliar, negociar o llegar a acuerdos que beneficien al mayor número de persona, sino para ser recibidos con salvas, aparecer en fotografías inaugurando obras públicas o ser saludados como: “señor diputado” o “señor gobernador”, éstos son los timócratas.
“Aunque pródigos de las riquezas ajenas”, escribió el filósofo en la “República”, “disfrutan los placeres en secreto, escapando de la ley como niños de sus padres… Pero lo más manifiesto es su deseo por ser venerados”.
En la filosofía política griega, timocracia significa una forma de gobernar en que los que participan en el gobierno son ciudadanos que poseen un determinado tipo de capital o con cierto tipo de propiedades; en la antigua Grecia, posterior a Esparta que fue la timocracia por naturaleza, Solón, introduce el concepto de que los ciudadanos de cierta posición social o económica, eran los únicos con el derecho a tener un papel en la política.
En México, como resultado de los 70 años del PRI y después de los nueve años del PAN en el gobierno, tenemos una clase política y una burocracia que asemeja a los ciudadanos griegos y posteriormente a las clases políticas romanas, convertidos en una clase de aristocracia política con una serie de privilegios y que buscaron perpetuarse en esa burocracia “demócrata”, con el sólo fin de no estar fuera del presupuesto y de ser reconocidos.
Nuestro país se encuentra sumergido en una guerra de grupos políticos y ante una contienda electoral que solamente busca seguir perpetuando a esta clase política, que ha llegado al extremo de la cancelación de cualquier tipo de ideología personal, al brincar de un partido a otro con el sólo fin de seguir perpetrados en los puestos políticos, para la búsqueda de riqueza y reconocimiento.
Además, con los pleitos internos dentro de cada grupo político, la búsqueda de posiciones para manejar recursos, la corrupción, la inamovilidad política para hacer quedar mal al partido en el poder, el subejercicio del presupuesto, la maraña legal creada por la reformitis legsilativa, la infiltración del narco en la política y el gobierno, como la inseguridad en las calles, hoy la democracia mexicana navega en un pantano, estancada sin rumbo alguno.
Aunado a esto, los efectos del proceso electoral, hacen que en los tres niveles de gobierno, se tenga abandonado el ejercicio de éste, para solamente buscar el siguiente escalón político, en los municipios y en los congresos. Este es el año de inmovilización, ya no se hace nada, sólo se busca una nueva posición y se abandona el ejercicio de gobierno.
Esta situación hace que nuestro sistema político, ahora más que nunca, esté convirtiendo a los partidos políticos en ejércitos de guerreros al acecho de lograr acciones para que les sean reconocidos sus actos heroicos, y permita a sus dirigentes a jugar a la política, mas no a gobernar, ya que en el fondo no están tratando de lograr nada, más que sus negocios personales y para saciar sus honores políticos.
Laveaga refiere en su libro que el barón de Stein, ministro de Economía en la antigua Prusia, y enemigo de la timocracia, escribió al respecto:
“Si la aristocracia quiere conservar en el Estado la situación directiva que pretende, tendrá que apegarse cada vez menos a sus vanidades estériles, a sus perros, caballos y pipas, y cada vez más a la cultura, demostrando un interés activo en aquellas cosas de verdadero valor e importancia.”
¿Qué vanidades estériles deberán de dejar atrás nuestros políticos?
Veo a nuestro México sin rumbo, inmerso en una lucha estéril de poder por el poder mismo; no encuentro políticos con visión y los veo sin interés de trabajar por el país, de negociar, de llegar a acuerdos, de conciliar intereses o de buscar mayorías para causas que nos saquen adelante.
Aun con esto no debemos cejar, como ciudadanos, en dos cosas elementales que tenemos para cambiar las cosas: uno, analizar a fondo quiénes serán los próximos candidatos electorales, y dos, ejercer nuestro voto.
Que me disculpen algunos intelectuales que empiezan a decir que el voto no sirve. En mi opinión es lo único que en este panorama político sirve al ciudadano. Cuando no sirve, es cuando no se ejerce y dejaremos entonces crecer la timocracia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario