jueves, 18 de noviembre de 2010

La cultura de “el bueno”

En días pasados escuché a un político decir que él no era “el bueno”, refiriéndose a que su candidatura para un puesto determinado no tenía el apoyo del gobernador en turno, pero que iba a luchar para obtener los votos y ganar la contienda. Por otro lado, en un caso que pareciera contrario, otro candidato decía que su candidatura estaba en riesgo, porque los dirigentes del partido central, al parecer, ya habían pactado otra cosa, pero que él iba a ganar porque tenía el apoyo de los ciudadanos.

Esto me hizo recordar que hace algunos años, antes de la alternancia en la Presidencia de la República, participando en una campaña política, me salí a caminar por la calle con la intención simplista de escuchar al vox populi, y cuando preguntaba en la calle a la gente o a los taxistas por quién iban a votar, curiosamente siempre obtuve la misma respuesta. Su voto sería por el candidato que, efectivamente, iba al frente en las preferencias y la sorpresa vino al preguntar el porqué (la respuesta siempre fue la misma): porque es “el bueno”.

Ahora, al escuchar esto de nuevo, en 2010 y de boca de políticos, confieso que me asombró un poco ya que, por alguna razón equivocada, hubiera creído que en el tránsito democrático de México, esta forma de pensar se perdería. Ahora me doy cuenta de que esta cultura sigue muy arraigada en el mexicano, y lo más peligroso, es que sigue arraigada en los políticos mexicanos.

¿Qué implica esta cultura de votar “por el bueno” o “ser el bueno”? Desafortunadamente, nuestra democracia aún no se abre a los verdaderos causes de dar oportunidad a los ciudadanos para participar, no solamente como candidatos a una elección natural, sino que, con el sistema de partidos políticos que tenemos, los puestos de elección popular siguen de la mano del amiguismo y de la componenda, todo motivado por querer seguir anclados al poder por el mayor tiempo posible.

Esto impacta al país en general, ya que otra interpretación que le puedo dar es el hecho de que el mexicano, en el fondo, no le gusta perder y, sin ningún reparo en que si el candidato es bueno o no, simple y sencillamente vota por “el bueno”, para poder decir cuando el candidato gane, “yo sí voté por él” y sentirse partícipe de ese triunfo.

Pero, ¿qué pasa cuando el candidato en cuestión, ya siendo gobernante, falla o empieza a hacer locuras típicas de nuestros políticos y sistema gubernamental? Todos se deslindan de ellos y nadie les hace caso ni se hacen responsables de sus acciones. Recuerdo, también hace algunos años, una campaña de calcomanías en los coches que decían “yo no voté por fulano”, en un afán de deslindarse de cierto político y, de paso, dañar al partido al que pertenecía.

El mexicano sigue siendo un adolecente democrático que no quiere tomar riesgos sobre sus decisiones. A pesar de lo que digan los partidos políticos, la cultura política concebida en la posrevolución por el partido que gobernó a este país por más de setenta años fue la forjadora de las prácticas y costumbres actuales, que no han podido ser erradicadas por el avance democrático.

Por otra parte, nuestros partidos políticos, por lo menos los tres más grandes, los cuales ya gobiernan y participan en las grandes decisiones políticas y democráticas de México, no han mostrado ningún avance en este aspecto. Todos han caído en las viejas y arraigadas prácticas de la política nacional, que no cambia. Hoy, vemos gritos y sombrerazos al viejo estilo revolucionario en las disputas partidistas del PAN, del PRD y qué decir del PRI, que fue la cuna de todo lo que hemos vivido.

Desafortunadamente, ante este panorama, no podemos echarle la culpa solamente al PRI o a los políticos, es un problema de nuestra cultura nacional: nuestra gente no quiere y no está acostumbrada a ejercer sus derechos, ni obligaciones, y aún es una cargada de votos que escuchan las voces de la esperanza que cada elección les ofrecen las sirenas de la política. Salvo sus honrosas excepciones, todavía nos falta mucho para verdaderamente tener una mejor democracia.

Ojalá la próxima vez que usted vote, no lo haga por “el bueno”. Mejor hágalo por quien usted crea que nos puede llevar a enfrentar los retos de un futuro con muchos desafíos y cambios.

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