martes, 1 de febrero de 2011

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El mundo cambia rápidamente y las sociedades se adaptan de manera imperceptible a los avances tecnológicos. Un ejemplo es la desafortunada situación política en Egipto, en donde de una manera no correcta, en mi opinión, escuchaba que en la BBC de Londres la nombran “la revolución de Twitter”.

El problema es que hay un profundo descontento social, y la sociedad ha encontrado en la tecnología la forma de comunicarse y lograr empatía hacia dicho descontento. Antes se manifestaba en las plazas públicas; ahora se expresa vía Internet. Pero el problema base es la falta de cumplimiento en las políticas del gobierno y que la situación económica no está cubriendo las necesidades de la población. Lo demás es el cómo se comunican las demandas y la generación de la empatía hacia éstas que hace que la población se una en contra del gobierno. Cabe recordar que todo inicia hace tres semanas con la autoinmolación de un hombre ante las sedes del gobierno.

El punto de quiebre en dónde explota todo es el hecho de que el gobierno, en un desatino repetido sistemáticamente a través de la historia de la humanidad, canceló las vías de comunicación y la forma de exponer las demandas sociales (en este caso Internet y después las comunicaciones vía celular) para evitar la revuelta social. A partir de esto la situación se grava; la gente sale a la calle y se expone en todos los medios internacionales la situación.

No sabemos en qué vaya a terminar la situación; es probable que el presidente termine renunciando. Una presión pública de ese tamaño, con muertos y presos políticos no es tan fácil de controlar. Lo importante es que es posible que exista un antes y un después de Egipto.

Las autoridades han venido desestimando el efecto que implica el que la humanidad encuentre en las redes sociales la mejor forma de comunicarse. Mientras, en la visión de los políticos, sigue prevaleciendo la idea de que la opinión pública se construye en los medios de comunicación. Cierto, aún tienen un peso específico. Pero, después de esto, todos los políticos de todo el mundo deberán cambiar la manera de ver y analizar lo que sucede en dichas redes sociales.

El problema es que desde la óptica del gobierno, los medios que están ya volcados hacia los grupos de poder tratan de controlar la “opinión pública”. Sin embargo, en donde verdaderamente se encuentra la opinión de los ciudadanos es en los teclados de las computadoras de los hogares y oficinas, o en los teléfonos celulares, siendo esta una red de una velocidad y magnitud incontrolable para cualquier gobierno. Por eso, la opción, como ya lo vimos en el caso de China y ahora Egipto, de cancelar la comunicación a los ciudadanos, lo único que ocasiona es un levantamiento común.

La gran lección es para que los gobiernos entiendan el fenómeno de las redes sociales y comprendan que la libertad de Internet es como la libertad de pensamiento y de tránsito.

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