Desde que empezaron las campañas, no sé a usted, pero me da la
impresión de que por arte de magia se terminó el problema de la inseguridad. Ya
no hay esa resonancia que había antes en los medios de comunicación, ahora las
noticias todas se refieren a candidatos, campañas, política, y ya se habla muy
poco de los incidentes de inseguridad y de la guerra contra el narcotráfico. ¿Dónde
quedo la cuenta de los muertos, dónde quedaron las críticas a las policías? Pasamos
de los muertos a la atención de victimas y, después de la votación de las
nuevas leyes, ya pareciera que todo está solucionado, ¿es así?
Porque entonces queda por definir si el problema de inseguridad y la
guerra contra el crimen era una campaña mediática del gobierno para continuar
su legitimación o una campaña mediática de los grupos de poder en contra el
gobierno.
Ante esto, se pudiera llegar a pensar que entonces, el problema no
existe, el aumento de la delincuencia es real, lo que pasa ahora es que ya no
es noticia y todo el país está enfocado a tratar de encontrar, unos, el
candidato adecuado para ser presidente, otros, un trabajo futuro y, otros más,
el negocio prefecto para los próximos seis años. Nuestro país se sigue reinventando
cada seis años, olvidándose del pasado y tratando de construir un nuevo futuro.
Por otra parte, si hiciéramos caso a los supuestos diagnósticos que
hacen cada uno de los candidatos a través de sus spots, podemos entender por
qué el país está tan mal. México siempre se ha movido a través de la
percepción, si la sensación general de
la población y la opinión pública es de “estamos en crisis”, entonces todo va
mal, si estamos en medio de una guerra, entonces todo va mal; hace alguno años
hubo un tiempo en que todo pintaba bien, se habló de bonanzas y, entonces, la
economía, los negocios, todo en el país, iban bien.
Ahora, pasamos de la guerra inmisericorde entre bandas delincuenciales
y narcotraficantes, del conteo de muerte y del reporte desde el frente de
guerra, a el chisme fácil y rápido de las campañas y los candidatos; pasamos de
ciudades desiertas y aeropuertos vacíos, a escuchar todos los días en una batería
de anuncios consecutivos de todos los candidatos en las estaciones de radio: a
escuchar todos los días que México está deshecho, que tenemos una crisis
profunda, que la corrupción nos invade, que la pobreza ya nos rebaso; la frase menos
ofensiva que he escuchado hasta ahora es una que dice “en los claroscuros de la actual administración”. Y todo esto se ha
dado por arte de magia desde hace ya cuatro semanas hasta la fecha actual.
Mientras tanto el Presidente, en foros extranjeros, trata de convencer
a todos los inversionistas extranjeros y a los asistentes del G20, que en
México vamos bien. Tenemos una realidad mediática de esquizofrenia.
Para acabarla de amolar, localmente se presenta el debate presidencial
como la oportunidad de oro para que los candidatos remonten en las encuestas,
se ganen a los indecisos, consoliden su posición o se desbarranquen en la
histeria de las masas por errores que pueden cometer en dos minutos ante las
cámaras.
Y no menos teatral sale a relucir la desventura de la democracia, al
debate le ponen un contrincante enfrente, un partido de futbol a la misma hora
y en la cadena de enfrente, lo que ocasiona la creación del debate social de la
masa, y aplica la máxima shakesperiana:
ver o no ver el debate, ver o no ver el futbol y, puesto sobre la mesa,
la culpa democrática es donde se arma el verdadero debate en donde todos opinan
con la conciencia social que les favorece y hasta donde la culpa de sus actos y
responsabilidades le permite pensar. Y pensar que solo llevamos un mes de
campañas.
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