Ayer me senté con toda dedicación a observar el debate de los candidatos del Estado de México. Al momento de sintonizar el canal, el candidato perredista Encinas tenía la palabra, el siguiente turno fue del panista Bravo Mena, y concluyó la ronda el priista Eruviel. Al término de esta participación, mi primera impresión era terrible, me dieron ganas de cambiar de canal y buscar otra cosa más interesante, pero por pura disciplina me quedé viendo el debate.
En la segunda ronda, disparan la pregunta y, tal cual como dice la regla de la mercadotecnia política: Encinas candidato que va a la mitad de la tabla de las preferencias, muy abajo del líder, aprovecha para atacar, y saca unos papelitos doblados con anotaciones en la parte posterior que el candidato leía. La imagen es patética. Se le caen las hojas, se le doblan, las voltea para ver a qué se refieren y finalmente hace su ataque a los dos candidatos, con esto descubre su estrategia, yo vengo aquí a atacar, voy abajo y necesito prender a la gente atacando. Dio pena, y siguió así durante todo el debate atacando y atacando a todo lo que se moviera.
Bravo Mena por su parte no es capaz de animar ni a un payaso, no es una personalidad adecuada para una candidatura, es plano y todo suena igual, su discurso no permea; también atacó, es el que más bajo está en las encuestas, y sacó fotitos para demostrar el poderío de Eruviel de cómo mueve todo en el Estado. Creo que en lugar de dañar a Eruviel, se mostró como un candidato débil.
En el caso de Eruviel, el maquillaje lo hacía ver como marioneta, con chapitas rojas y el resto muy blanquito, él casi no atacó a los demás, necesitaba dar a conocer sus propuestas y se dedicó a repetir como lorito todo lo que dicen sus anuncios, muy disciplinado con la técnica, sólo respondió levemente algunos ataques.
De pronto, Bravo Mena pone en la mesa la idea de practicar antidopings a los candidatos ¿Cómo para qué? Mal recurso. A partir de ese momento las “propuestas” o mejor dicho la carrera por no salir ensuciados derivó en las cuentas de cheques, para la cuál Encinas rápidamente señaló: “pues ahorita, ahí traigo mi chequera”, revivió momentos épicos de aquél “hoy” enunciado por el entonces candidato Vicente Fox. Para no hacer el cuento largo, los candidatos quedaron tan comprometidos con la causa que poco les faltó para irse a realizar juntos hasta los rayos X, por aquello de ser “totalmente transparentes”. Patético, realmente patético.
El formato en el que se desarrolló el debate resultó pésimo, incluso hizo que Carlos Puig no luciera en todo su esplendor, pareció una fallida entrevista de Milenio TV.
Ahora bien, a quién o a qué le echamos la culpa: al formato, al miedo de los candidatos, a su incapacidad, a su falta de congruencia o simplemente a que tenemos partidos políticos sin contenido y a candidatos sin ninguna ideología. No hay pasión, están jugando una mascarada electoral, en donde todos ya saben sus papeles y los juegan como una chambita más que hacer, pero en el fondo no les interesa. Los espectadores, ciudadanos aburridos y hartos de no ver sustancia en las propuestas monótonas, repetitivas y huecas, son ahuyentados de tan lamentables eventos.
Realmente patético.
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