La política
exterior mexicana debe estar enfocada en lograr que el país se convierta en la
hegemonía regional en América Latina y un referente mundial. Tenemos el gran
reto de hacer que la diplomacia pase de los discursos a la rentabilidad, por el
bien de México y su inserción en el nuevo orden mundial.
Durante muchos años la diplomacia
mexicana fue motivo de orgullo nacional; la neutralidad de la doctrina Estrada
causó magia en todos los rincones del mundo y, a pesar de que durante los
últimos sexenios del PRI la
situación económica del país viviera tiempos turbulentos, nuestro aparato
diplomático logró que la imagen del país saliera a flote y mantuviera una buena
reputación ante el mundo.
Desafortunadamente, las
vertiginosas transformaciones mundiales y las erráticas directrices en materia
de política exterior de los dos últimos gobiernos del PAN no le han sentado bien
ni a nuestra diplomacia y, menos, a la imagen de nuestro país. Seguimos con una
gran dependencia con los Estados Unidos
y sufrimos las variaciones de sus crisis; hemos perdido capacidad de maniobra y
representatividad en Latinoamérica, particularmente en el Cono Sur, la alianza
con Europa es escasamente relevante en este momento y los contactos con Asia
tienen un alcance muy reducido.
La imagen del México está muy deteriorada en el mundo
a raíz de "la guerra contra el narcotráfico". Muy lejos quedan los
aplausos a la valentía presidencial por atacar a la delincuencia organizada,
apabullados ante el sinnúmero de alertas de seguridad de nuestros socios
turísticos avisando a sus ciudadanos de los lugares que no se recomienda
visitar en nuestro país. La reputación de México
quedó como una economía que ocupaba un lugar entre las primeras del mundo,
pero, siendo un país en donde el Estado de Derecho está a prueba, la democracia
es frágil, la política ambigua, la desigualdad abrumadora y con miles de
muertos sin que se haya declarado una guerra civil, finalmente el fantasma de
un estado fallido surcó los rincones editoriales de los medios más antagónicos
de México en el escenario mundial.
El deterioro de nuestra realidad como país superó, por mucho, a las estrategias
encaminadas a mejorar las percepciones mundiales y, como consecuencia, la
reputación de México al término de
la Presidencia de Felipe Calderón quedó muy dañada.
El reto general para el gobierno
de Peña Nieto es hacer que la
diplomacia se convierta en una disciplina rentable para el país, para, primero,
insertar a México en el nuevo orden
mundial, segundo, mejorar la imagen del país y, finalmente, actuar de manera
responsable ante las preocupaciones de la escena internacional.
Tomando el principio básico de la
teoría de la reputación, en donde antes de promover es necesario modificar la
realidad del país y generar los cambios internos necesarios para que estas
nuevas realidades puedan ser percibidos por el concierto internacional, nos
encontramos que las acciones tomadas
durante los primeros 100 días por el gobierno de Peña Nieto están mandando mensajes muy claros al mundo. Primero, se
está fortaleciendo la rectoría del estado y habrá un estricto respeto a la ley
(caso Florance Cassez, la ley de
amparo, el cambio del fuero
constitucional y el encarcelamiento de
la Maestra Gordillo); segundo, se
están generando los acuerdos políticos necesarios para lograr las reformas
estructurales y en donde se está logrando que los grandes intereses económicos
también estén de acuerdo en las reformas propuestas.
Como vemos, la administración de Peña Nieto ha impulsado grandes cambios
que el país llevaba reclamando desde años atrás y la política exterior mexicana
no es la excepción. Desde antes de tomar protesta como Presidente de México,
con el propósito de construir una agenda multilateral, realizó sus primeros
encuentros con países de Centro y Suramérica. Con estas acciones se dieron los
primeros pasos para recuperar el liderazgo internacional y establecer una agenda multilateral en temas
como seguridad, narcotráfico, cambio climático, escasez de agua, crisis
financieras, cooperación internacional, respeto de los derechos humanos,
combate a la pobreza, crisis alimentaria y terrorismo.
La política exterior mexicana
debe estar enfocada en lograr que el país se convierta en la hegemonía regional
en América Latina y un referente
mundial y es por ello que está obligada a intensificar su participación en los
organismos internacionales, fortaleciendo los acuerdos de cooperación
multilaterales para desarrollar una política exterior activa.
Para ello, los retos que
faltarían por resolver son los siguientes: primero, modernizar el concepto de
soberanía, la cual se ha modificado en el mundo como resultado de la
globalización. Segundo, el cuerpo diplomático debe entender la nueva función
económica y de actuación que tienen hacia el interior de la república con los
gobiernos de los estados; esto obligado por el fenómeno de la creación y
crecimiento de clúster legales y productivos como hoy son Querétaro, Ramos Arizpe,
Aguascalientes y Puebla, entre otros, y que hoy
representan un polo de negociación diplomática por parte de los gobiernos de los estados con los
países inversionistas, ya que los asuntos comerciales ya rebasaron a la
política diplomática y va a ser necesario regular el nuevo marco jurídico de la
relación entre los intereses privados mundiales y el interés público local, lo
que ocasiona también que agentes privados se vean involucrados en acuerdos
internacionales.
Y, tercero, va a ser muy importante que se revise el
sistema institucional de la política exterior; los ámbitos mundiales exigen un
rediseño e integración de las dependencias del sector así como un aumento de
los recursos humanos y económicos para desempeñar de manera dinámica esta
función tan importante, ya que, como lo dicen algunos estudios internacionales
especializados, la diplomacia es una profesión en peligro. Por eso tenemos el
gran reto de hacer que la diplomacia pase de los discursos a la rentabilidad,
por el bien de México y su inserción
en el nuevo orden mundial.
Consultor
Twitter: www.twitter.com/@Marcovherrera
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