Mérida, Yucatán.- Estando de trabajo por esta ciudad, tuve la
oportunidad de ver, en el canal del Congreso, una buena parte de la sesión del martes
pasado en donde se dio la discusión sobre la reforma política en la Cámara de
Diputados. Fue una experiencia muy lastimosa que me generó una serie de
sentimientos encontrados, los cuales quiero compartir con ustedes.
Como telespectador, me sentí
asistente, más que a una sesión parlamentaria, a un circo romano, viendo a 500
gladiadores que se pavonean adentro de la arena con toda la pompa y
circunstancia de nuestro circo legislativo. Nuestros gladiadores, en lugar de
espadas, utilizan la retórica para blandir sus argumentos, pretendiendo golpes
certeros presumiblemente para derrotar, en este caso supuestos, oponentes. Como
en cualquier competencia los actores tienen diferentes capacidades y destrezas,
así como las espadas tienen diferentes tamaños, materiales y formas; esto hace
que, en una justa, los espectadores vean y conozcan sus debilidades y
fortalezas.
Lo malo, en este caso, es
que se puede dar uno cuenta de que todo es efectivamente un circo y una farsa y
estas capacidades de los gladiadores, a los espectadores sólo muestran un show patético. Lo más grave es que este
juego de simulaciones lo hacen, primero, a nuestro nombre y, lo peor,
supuestamente cuidando nuestros intereses, aunque sus decisiones siempre vayan
en contra de nosotros mismos.
La retórica de la
argumentación es todavía más grave: las tesis, los argumentos y las
justificaciones son verdaderamente incoherentes. Los escuché exponer argumentos
históricos, legales, técnicos-legislativos, en algunos casos recitaron un
rosario de artículos de la Constitución, otros tantos del reglamento interno,
en otras ocasiones se citaron a los clásicos y a los no tan clásicos. Hubo
quejas, amenazas, chismes, quejas, dimes y diretes, defensas del honor y del
pundonor, pedidos de rectificación y perdones públicos, reconocimientos a la
valentía y la congruencia y agradecimientos al brindis de la amistad. Lo malo,
es que toda esta retórica no nos lleva a nada más que al manejo de la situación
para que, en nombre del pueblo, se defina lo que los grupos de poder necesitan.
Lo que me queda muy claro es
que los únicos que no están representados ahí, somos nosotros los espectadores,
los ciudadanos, el pueblo que, al final del día, es el que sufre las
consecuencias de esas decisiones. Hubo un momento en que un legislador dijo que
esto era culpa de la partidocracia y !zaz¡, desperté del letargo en el que me
había metido la verborrea legaloide, ¡no podía creer lo que estaba escuchando!,
un diputado de un partido político diciendo que el votaba en contra de la partidocracia,
cuando el llegó a la Cámara gracias a esa partidocracia; ya después aclaró que
él había llegado por el voto directo y no por la vía de los plurinominales.
Florituras verbales,
legales, envalentonamientos, todos jugando a la política, según ellos, los más
acomodados en sus sillones, en una actividad totalmente pasiva, esperando que
el circo se ajustara a lo ya pactado, y en espera del dictamen final. En fin,
un verdadero circo. Tenía que salir, por lo que dejé de mirar el espectáculo en
el momento en que se pretendía votar la iniciativa sobre la revocación de
mandato y la reforma política en lo general y empezaba, de nueva cuenta, el
circo y los reclamos.
Al día siguiente, el
resultado de este circo: se aprueba en lo general y se sigue discutiendo en lo
particular. Una batalla más, finalizada; los grupos políticos ganaron lo que
querían por mayoría; los gladiadores y su retórica, entonces, guardaron
silencio y fueron a descansar para, al día siguiente, regresar a la arena a dar
una nueva batalla en nombre del pueblo, ausente a menos que quiera aburrirse
viendo el circo por la televisión.
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