Mucho de que hablar ha causado la propuesta del
nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. En general, por los comentarios que he
escuchado de mucha gente, el anuncio caló hondo en la gente, para bien.
La construcción de grandes obras de infraestructura
o monumentos históricos que se erigen por los gobiernos en turno son obras que
impactan en el orgullo nacional de cualquier país, son obras simbólicas que
representan cambio, crecimiento o bonanza, ya de “perdis”, alguna celebración
histórica por aniversario del país.
Haciendo un ejercicio de memoria y preguntando a
algunos amigos, trate de definir cuáles son las obras monumentales que
representen o generen este tipo de orgullo en la población de México, que se
hayan construido en los últimos años, y desgraciadamente son pocas, y de muy
triste historia, otras son de hace tanto tiempo que la población ya ni se
acuerda, es por esto, creo, que el anuncio del nuevo aeropuerto ha sido tan
bien recibido.
Las obras que se contabilizan como monumentales
fueron las siguientes: la triste Estela de Luz, obra que fundamenta la
desgracia Panista en el poder, que al preguntar por ella a las personas,
primero la identifican con el sobrenombre de una galleta, segundo, nunca la
identifican con el motivo que fue realizada, y tercero, no es un monumento
cercano a la población, se ha convertido en un mamotreto atorado en Reforma,
que pasa desapercibido, es como un mal recuerdo a la población.
Otro que se recuerda por algunas personas, son los
ejes viales en la ciudad de México, todos reconocen que si no se hubieran hecho
esta ciudad no podría ser lo que es hoy. Los segundos pisos, por alguna razón
no se reconocen aún como una obra monumental, o significativa, son más bien una
solución vial con tintes electorales. De la Línea 12 del Metro, otra obra que
quiso ser convertida también un el monolito incólume del Marcelismo de esta
ciudad, ha quedado sepultado en una historia de lodo, corrupción e ineficiencia
gubernamental. Con esto el Metro de la ciudad queda borrado de la memoria
colectiva. En el sexenio pasado se termino el Puente Baluarte Bicentenario, el
puente colgante más largo del mundo y que conecta a Durango con Mazatlán, y que
a pesar de su magnificencia esta perdido en la memoria colectiva del país.
En estas fechas se está celebrando el 50
aniversario del Museo de Antropología, obra que con todos los honores, se
reconoce como un icono y orgullo nacional, pero al saber de su aniversario, nos
da tristeza ver que tiene cincuenta años México de no hacer obras que levanten
el orgullo nacional; aparece el Palacio de Bellas Artes con 80 años de vida, y
de ahí para atrás, rascándole en la historia colectiva, nos vamos hasta
principios de siglo. Eso no quiere decir que no se hayan realizado obras, el
país ha crecido enormemente, generando mejor infraestructura, pero nada que
haya calado el asombro y el orgullo nacional.
Es por eso, en mi humilde opinión, que el anuncio
del aeropuerto ha dejado tan buen sabor de boca, sobre todo, porque también se
ha dejado del lado aquel malentendido orgullo nacional de querer que todo sea
realizado por mexicanos, y en este caso, creo que el simple hecho de traer al
mejor arquitecto del mundo, al especialista, al que ha realizado los últimos
aeropuertos más grandes del mundo, significan muchas cosas de la visión que se
quiere tener del nuevo México. Espero no ser malinterpretado, no tengo nada en
contra los arquitectos mexicanos, pero hacer un aeropuerto no es cualquier
cosa, y el querer que tengamos el mejor, y más moderno, aeropuerto del mundo es
un asunto de traer al mejor.
Ahora, para los preocupones y desconfiados
mexicanos, lo que ocupa nuestra atención es que esta obra sea bien construida,
sin corruptelas y que todo el sistema comercial y de transporte alrededor de
esta obra, también muestre un mejor y más avanzado sistema de servicios.
Con todo respeto y ahínco, ahí se lo encargamos al señor
Presidente Peña Nieto y a Don Carlos Slim.
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