Nuestra democracia enfrenta las consecuencias de un añejo
desgaste, los tres partidos tienen grandes pleitos internos, por diferentes
razones y bajo distintas ópticas, pero podemos afirmar que nuestro sistema de
partidos está quebrado, roto y en crisis.
El
desarrollo social político y económico del país, así como el cambio
generacional de nuestra sociedad, van configurando poco a poco un nuevo país. Esto afecta, por supuesto, a la democracia y,
sobre todo, a la forma de hacer política.
En
la última elección vivimos una contienda generacional; este proceso electoral
no fue de tecnócratas contra políticos, fue de jóvenes contra viejos, fue del
enfrentamiento de la forma tradicional de hacer política contra una nueva forma
de pensar y de ver la gestión gubernativa, fue de las viejas prácticas
partidistas contra las nuevas campañas digitales, sólo por mencionar ejemplos
muy visibles. Y, técnicamente, perdieron los políticos maduros, los viejos…
pero perdieron ganando: llegaron al poder, pero bajo situaciones distintas.
El
resultado visible ya lo conocemos, pero el resultado real es el trastrocamiento
y la ruptura de todas las estructuras básicas de todos los partidos políticos.
Veamos lo que está pasando: el PAN,
después de muchos años de ser oposición, llegó al poder, mantuvo al país, pero
se le olvidó algo muy importante, conectarse con el pueblo, no logró, en doce
años de gobierno, hacer estructura que los vinculara con el pueblo con el fin
de aumentar su base social y generar un grupo de aliados, el partido no creció
porque siempre fue elitista y su filosofía no concuerda con los ideales del
pueblo, técnicamente no pudo vincularse con el pueblo. Otro gran error del PAN fue crear poder desde el poder en
lugar de crear poder a través de los ciudadanos, cosa que el PRI hizo muy bien por muchos años. En
resumen, el PAN siempre fue un
partido alejado de los ciudadanos y así se mantuvo.
Por
su parte, al PRD le paso un poco lo
contrario, usó tanto a su base social, pasó de un lado a otro continuamente y
generó tanto clientelismo que, con la división de las bandas, los bandos,
pandillas y demás grupúsculos creó una masa electoral que está muy lejos de los
políticos, al mismo tiempo que las clases medias que los vieron como opción, se
empezaron a dar cuenta de las inconsistencias y, en algunos casos, mentiras y
abusos de sus dirigentes, mientras que, ante los últimos acontecimientos y
pleitos entre las clases directivas, ya no saben a quién creerle y hay
frustración y abandono. El partido entra en una refundación sin saber qué irá a
pasar, lo único seguro es que todos están jalando agua para su molino personal.
En resumen, los luchadores sociales se convirtieron en políticos de lujo y se
olvidaron de la ideología y de las necesidades de sus partidarios y del pueblo.
Por
su parte, el PRI se convirtió en
oposición, de alguna manera aprendió la lección de estar fuera del poder y de
la Presidencia e hizo planes para
regresar, generó poder desde las gubernaturas y desde el congreso, usó todas
las artimañas para cultivar a la población y, vía su tradicional disciplina,
dejó a un lado los pleitos internos y trabajó hacia afuera; finalmente, logró
el objetivo y, a pesar de sus luchas internas, llegó al poder nuevamente, con
algunas lecciones aprendidas y otras no tanto. En resumen, trabajó de afuera
hacia adentro, de abajo hacia arriba y consolidó su triunfo y logró, con el
sistema de partidos, llegar a la meta.
De
los demás partidos, no hay nada que decir, son franquicias familiares o de
grupo que son comparsa de gremios cerrados en búsqueda de jugar a la política y
ganar dinero.
Pero
hoy, nuestra democracia enfrenta las consecuencias de este desgaste, los tres
partidos tienen grandes pleitos internos, por diferentes razones y bajo
distintas ópticas, pero podemos concluir que nuestro sistema de partidos está
quebrado, roto y en crisis.
Y
los problemas más graves son: uno, no se quieren dar cuenta o ya se empezaron a
pelear; dos, están buscando soluciones en viejas recetas, nuevos partidos, pero
con los mismos liderazgos, las mismas mentiras, todo igual, sólo con nombre
nuevo; y, tres, a ninguno de los políticos se les ha ocurrido preguntarle algo
a sus militantes y, menos, a la ciudadanía. Ciertamente, el único que quiso
hacer el esfuerzo fue el PAN, pero,
al parecer, hasta la fecha muy poca gente ha contestado.
¿Será
que no sólo debemos de cambiar a los políticos, sino que nuestro sistema de
partidos es el que ya está obsoleto? Ése es otro reto para Peña Nieto y su nuevo gobierno.
Consultor
Twitter: www.twitter.com/@Marcovherrera
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